
El problema occidental, y muy concretamente el español, es que en los últimos años esta diferencia ha crecido desmesuradamente, con lo que crecen las tensiones entre los trabajadores y la patronal, al tiempo que disminuyen la productividad y la competitividad. Y encima, todo el mundo descontento.
O sea, un desastre que pone de muy mala leche a los trabajadores y de muy mala leche a los empresarios. Y no puede ser menos, porque ambos tienen razón.
Veamos un ejemplo y pensemos, por favor. Se trata de pensar, aunque nos quieran quitar la costumbre.
Yo, trabajador, me llevo a casa mil euros al mes, con dos extras. Entiendo que mi obligación es trabajar por valor de mil euros, si acaso un poquito más, y con eso cumplo. Los problemas del patrono me traen al fresco, porque para eso el capital es suyo, y mi obligación es defender lo mío. Supongamos que soy honrado, y cumplo con todo esto. Muy bien. Un aplauso.
Ahora, yo, empresario, por un trabajador, pago mil quinientos euros, entre retenciones fiscales, seguros sociales, y demás. Si el trabajador no produce más de mil quinientos euros, no gano nada y mejor cierro la empresa. Además, si calculo el coste en horas, resulta que el trabajador cobra catorce pagas, y trabaja once meses (uno de vacaciones), menos las bajas y los festivos. Entonces, yo, empresario, multiplico catorce pagas, por mil quinientos, y divido entre diez y medio, y eso es lo que tiene que producirme el empleado. Y sin contar ni un duro de beneficio. Y claro: si tener una empresa me da menos beneficio que tener el dinero en letras del Tesoro, pues echo el cierre y el que quiera curro, que lo pinte.
Cuando el empresario echa la cuenta, dice: pago 22.000 € al año por cada empleado. Trabaja 40 horas semanales durante 48 semanas. Eso son 1920 horas. Quítale 12 festivos, que son 96 horas. Quedan 1824 horas. Quítale tres días más de media, al año, entre bajas, líos, permisos y tal: quedan 1800 horas. Pues 22.000 entre 1800 sale a 12, 22 € la hora, y a ese precio es mejor que la nave me la limpie el dentista.
Sin embargo, el trabajador dice: cobro 14 pagas de 1000 €. Trabajo 1800 horas. Total que cobro a 7,77 € la hora. A ese precio me sale mejor limpiar escaparates o fregar escaleras.
El trabajador no quiere trabajar más de lo que le pagan y el empresario no quiere recibir menos de lo que paga. ¿Dónde está el problema? Como siempre, en el intermediario.
Por eso se inventó el sobre en negro: porque a muchos empresarios no les importa pagar más a sus trabajadores, para que estén contentos y trabajen mejor. Pero el dinero que sale del bolsillo del patrón y no va al bolsillo del empleado es el peor y más radical causante de tensiones, porque uno paga, y se cabrea; y el otro no recibe, y también se cabrea.
Y al final, la única cuenta que sale es la de la diferencia entre trabajar y cobrar un sueldo o estar en el paro y hacer chapuzas en negro.
Y así estamos.
[...] La diferencia entre lo que el empresario paga y lo que el trabajador recibe [...]
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