
Si a cualquier otro país le exigieran que fuesen empresas extranjeras las que auditasen su banca, se armaría la de dios. Pero a nosotros nos parece normal, y ese detalle en apariencia insustancial es el que determina el camino por el que nos movemos en esta crisis.
Lo cierto es que nadie se cree nuestras cuentas, y aún peor, nadie se cree a las instituciones encargadas de comprobarlas.
La prima de riesgo crece porque nadie se cree una palabra de lo que decimos. Ni nosotros mismos. Las inversiones se alejan y los capitales escapan porque da igual lo que se diga, y da igual quién lo diga: nuestro sistema está tan profundamente podrido que tanto Gobierno como oposición tratan de tapar sus vergüenzas sabiendo que una investigación seria sobre lo que ha pasado aquí los pondría a los dos por igual en la picota.
Si nuestro Tribunal de Cuentas no fuese el ejército de Pancho Villa no nos exigirían una auditoría realizada por empresas extranjeras.
Si nuestro Banco de España no fuese el coño de la Bernarda, no nos pedirían una auditoría externa.
Si nuestro ministro de economía, que para más cachondeo es distinto del de Hacienda, no fuese una merienda de negros, bastaría con los datos que ofreciese, y no nos pedirían una auditoría externa.
Lo de los auditores no es un detalle: es la clave del diagnóstico.
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