viernes, 27 de septiembre de 2013

La economía es parte del medio ambiente, y no al revés

Se acaba la fiesta
Parece increíble que haya que repetir una tontería así, pero es necesario.

Es imprescindible porque entre los economistas ortodoxos y la mentalidad de la gente de la calle se ha fraguado una extraña alianza para mantener la falacia de que el medio ambiente depende de la economía, de que dependiendo de si tenemos poco o mucho podemos dedicar mayor o menor esfuerzo a la defensa de la sostenibilidad y los recursos naturales cuando el camino es justamente el contrario: dependiendo de la sostenibilidad de lo recursos naturales podremos mantener un nivel u otro de crecimiento.

Es el agotamiento de las tierras cultivables, por ejemplo, el acceso al agua y la disponibilidad de fertilizantes lo que determina la producción agrícola. Podemos encadenar treinta revoluciones verdes y otras tres vueltas de tuerca a la mejora genética de las especies, pero si nos cargamos las tierras cultivables, si no nos preocupamos de la supervivencia de las especies que polinizan las cosechas y no nos preguntamos qué vamos a hacer cuando no sea tan sencillo contar con los fertilizantes procedentes del petróleo, entonces pasaremos hambre.

¿Y qué ocurrirá entonces? Que una vez más se nos hablará de economía. De la cotización de la energía, del coste de los sistemas artificiales de polinización, del coste de la desalinización del agua. Y todo esos costes existirán (algunos existen ya) pero son consecuencia, consecuencia directa, de una gestión suicida de los recursos naturales.

El mercado de los metales depende directamente de la disponibilidad de las vetas minerales.
El mercado del petróleo depende directamente de la accesibilidad de los yacimientos petrolíferos, y de que no cuesta lo mismo sacra un barril del desierto de Arabia que de las aguas del Ártico.

La capacidad del medio ambiente para reciclar los residuos de nuestra producción o para generar nuevos recursos que podamos explotar es un factor determinante en el PIB, pero a nadie le apetece lidiar con ese toro. Si los bancos pesqueros se agotan, la economía se resiente. Si se agotan las minas, la economía se resiente. Si hay un escape nuclear y las tierras se contaminan, la economía se resiente. No es al revés. No puede serlo.

El concepto inventado por los economistas  para describir esa verdad no puede ser más elocuente: externalidad. ¿Y qué es una externalidad? Un coste que se genera pero no se asume. Se reparte, se le mete al resto, se encasqueta a los demás por el puñetero morro. Una estafa.

Y cuando las externalidades se acunulan hay que pensar, de una vez, en barrer debajo de la alfombra.

Grabloben


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