jueves, 14 de agosto de 2014

Se puede imprimir dinero, pero no riqueza

La automatización y la tecnología no tiene nada que ver con la situación de desempleo. Es precisamente al revés, la automatización es la forma de generar más riqueza. Para empezar, no hay prácticamente límite al crecimiento de la riqueza -cantidad de bienes y servicios disponibles e intercambiables en el mercado-. Los únicos límites son los impedimentos del Estado a la hora de permitir crear empresas que generen bienes y servicios. La automatización es precisamente lo que, al permitir producir una cosa con menos gente, que el resto se dedique a producir otras de las que antes no disponíamos. Y cosas por inventar que hacen falta, hay cientos de miles. Otra cosa que muchos carezcan de la capacidad intelectual para hacerlo, la formación, etc. Eso no es culpa de quienes sí tienen esa capacidad, sino de quienes no la tienen y tienen que hacer un esfuerzo por adquirirla. Claro, con formación y un sistema jurídico y fiscal que impide crear empresas tampoco se va a ningún sitio.

Un ejemplo reciente de los cientos de miles que surgen con que te pongas a hacer bricolage: intenta nivelar una puerta de entrada principal de una vivienda. No voy a entrar en detalles pero hace falta unos anclajes que no existen ni están en el mercado, que permitan anclar el cerco de la puerta al precerco con la puerta cerrada. Actualmente no existe más forma que anclar el cerco con la puerta abierta o quitada, lo cual no permite ajustarla en poco tiempo -o lleva mucho tiempo dejarla bien o las dejan siempre desajustadas, rozando, cerrando mal, etc., que suele ser la opción de los carpinteros y chapuzas que se dedican a la cuestión-. Puedo imaginar cómo los diseñaría. Luego hay que fabricarlos y ponerlos en el mercado. Y efectivamente, si mañana creo esos anclajes, una buena parte de los carpinteros que se dedican ahora la cuestión van al desempleo. Lo primero es que se lo merecen, puesto que ha sido su dejadez a la hora de hacer su trabajo bien lo que ha generado la necesidad de inventar un anclaje que permita colocar una puerta bien a cualquier manitas. Eso sí, mi invento obligaría a mucho carpintero a dedicarse a otra cosa y proporcionar algún bien o servicio que antes no estuviese disponible o quizás, alguno tendría la suerte de, sin merecerlo, poder trabajar en la fábrica que diseñara y fabricara estos anclajes. Y es un solo ejemplo de los miles que surgen en cuanto te pones a hacer cualquier cosa.

Otra cosa es que quienes sufren de falta de creatividad piensen que es el caso de los demás o peor, que "es el Estado el que debe inventar y proporcionarlo todo". En fin, el Estado y ni mucho menos quienes lo administran pueden pensar más y mejor que la suma de todos los ciudadanos de un país dedicados a múltiples tareas en las que se pueden crear continuamente cantidad ingente de nuevos bienes y servicios. Y si no se hace es precisamente porque el Estado ha establecido un entorno jurídico y fiscal en el que la mayor parte de la actividad empresarial termina en pérdida o unos beneficios que no compensan el esfuerzo realizado -nadie asume el riesgo de montar una empresa para terminar viviendo como el bedel de un ministerio. Para eso hace una oposición y punto-. Y de ahí la falta de empleo, que nada tiene que ver con la mecanización y mucho o todo con el régimen fiscal y jurídico que han impuesto los Estados.
Los datos siguen demostrando que el modelo keynesiano de "crear riqueza" imprimiendo billetes no funciona. Y es que es absurdo. No se comprende que gente inteligente siga defendiendo semejante modelo -los que lo defienden no son inteligentes, se pongan como se pongan-. Confunde la fiebre con la enfermedad, que es como poner a la economía en una ciencia del Medievo.

La moneda no es la riqueza en sí misma, por lo que aumentar su cantidad no puede aumentar la riqueza. La moneda es una representación manejable del conjunto de bienes y servicios de los que dispone un país. Permite hacer más intercambiable todos esos bienes y servicios, a la vez que permite al mercado y a quienes participamos en él medir el valor de esos bienes y servicios. Además nos sirve para acumular la energía procedente de nuestro trabajo para liberarla de múltiples formas, ya sea mediante el consumo de esos bienes y servicios o en inversiones que proporcionarán otros bienes y servicios. Y sirve para tal cosa si la moneda supone una forma de dinero fiable -las impresiones monetarias de los keynesianos son el origen de la desconfianza general en las monedas de curso legal forzoso-. Pero, sea como sea, la moneda no es la riqueza en sí mismo. Aumentar su cantidad sólo provoca una reducción de la deuda mediante proceso de suspensión de pagos encubierto y, por lo tanto, de forma fraudulenta y a la larga, un cambio de la escala que provocará el alza de los precios -el alza de precios llegará en el momento en que se ha liquidado la cantidad suficiente de deuda y como consecuencia del aumento de la masa monetaria-.

Los problemas de Japón y el resto de Occidente radican en una falta de productividad que permita hacer frente a los niveles de deuda y devolver niveles de consumo previos a la crisis. El consumo es la consecuencia de la producción de bienes y servicios y no un objetivo en sí mismo como pretenden los keynesianos. Si no se mejora la producción diversificada de bienes y servicios, tanto en la calidad como variedad de los productos, como en localización de producción de esos bienes y servicios y las personas que las producen, no pueden mejorar los niveles de consumo. De nada sirve que un país como Alemania produzca mucho si sus potenciales compradores no producen lo suficiente como para poder intercambiar lo que producen los alemanes por otros productos producidos en otros sitios. De ahí que la productividad se tenga que levantar de forma simultánea en muchos sitios para poder volver a consumir de forma sostenible. El aumento de bienes y servicios es lo que manifiesta un aumento de la riqueza y no la cantidad de billetes que utilizamos para representar, intercambiar-consumir-, acumular el derecho a disfrutar de esos bienes y servicios -ahorrar-, o liberar nuestros niveles de energía con la intención de crear más bienes y servicios -invertir-. Claro, antes habrá que devolver la deuda, que en Japón es brutal. Y conforme aumenta en Europa y EEUU, la cosa no mejora sino que empeora, como se está demostrando conforme avanza el tiempo y se publican los datos. Luego, tras el ciclo expansivo del crédito provocado por las políticas keynesianas sólo viene la recesión, que se hace necesaria bien para devolver todo ese crédito o bien para suspender pagos. Las consecuencias económicas de ambas circunstancias es lo que estamos viviendo sin que el keynesianismo haya podido encontrar una fórmula para evitarlo. Es decir, que supieron extender el virus pero ahora no saben como curar la enfermedad provocada por semejante virus.

Pero la realidad no importa. Al keynesianismo, como sucedáneo económico del marxismo, la realidad le pilla de refilón. Ellos siguen enfrascados en sus ciclos de endeudamiento desorbitado-suspensión de pagos mediante depreciaciones monetarias e impresión masiva de billetes, todo ello provocado y dirigidos desde el Estado. Esos ciclos no incrementan los niveles de riqueza. En realidad la dificultan y si el Estado dejase de provocar estos ciclos, que no son naturales, la riqueza aumentaría de una forma más regular y sostenible. España demuestra que la caída tras los ciclos de endeudamiento cada vez resulta más aguda y más traumática: la del año 93 provocó unos niveles de desempleo del 23,5 %; esta ha alcanzado el 26 %; la siguiente caída en picado del ciclo, con el pinchazo del burbujón de la deuda pública provocado en estos tres últimos años, superará los niveles de desempleo del final de los dos ciclos anteriores. Lo peor será que este ciclo de endeudamiento público más reciente no habrá tenido beneficios apreciables para la economía real, mientras el pinchazo se notará con más intensidad que los pinchazos anteriores. A lo mejor así la gente empieza a comprender el grado de criminalidad de las teorías keynesianas y sus "experimentos" con humanos. O a lo mejor, ni por esas.

Jaime Alejandro Martínez

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