Nos ahorraremos rollos: el precio de un fármaco tiene que ver, sí, con el coste de su desarrollo, pero no principalmente, puesto que esto afecta al precio mínimo y casi nunca los vemos a precios mínimos. Lo que de veras marca el precio de un medicamento es el precio que sus compradores están dispuestos a pagar por él.
Hasta ahí, todo claro.
En Europa, el comprador principal de medicamentos, casi en régimen de monopolio, son los sistemas públicos sanitarios. Un medicamento pasa unas pruebas determinadas, es incluido en tal o cual sistema de salud, y los Gobiernos pagan por ellos cuando la gente los necesita.
¿Pero cómo se fijan esos precios?
Pues negociando, como siempre. Si mne cobras mucho te compro menos, y ganarás menos, as-i que procuremos ambas partes llegar a un equilibrio donde tú ganes y yo no pierda, etc...
¿Y qué jugada se le ha ocurrido ahora a las farmacéuticas?
Sacar un medicamento novedoso, como en el caso de la hepatitis C, ponerlo a un precio salvaje, y usar a los ciudadanos para que presionen a su Gobierno y lo obliguen a pagar sin rechistar. ¿Quien gana ahí? La industria farmacéutica, que puede permitirse en prensa todas las campañas del mundo. ¿Y quién pierde? Los ciudadanos, que además de ser tratados como perfectos imbéciles ven que se destina a un medicamento el presupuesto que antes iba a otras cosas.
Si la jugada funciona, el próximo medicamento que aparezca, no costará 6.000 € por tratamiento, sino 10.000 y el siguiente 20.000 ¿Por qué no cobrar el doble si la gente va a obligar a su Gobierno a pagar? ¿Qué razón puede haber para bajar un precio si vendes lo mismo y con tres veces más beneficios?
A ver si nos queda claro: si hay que pagar lo que pidan, sin límite en el precio, porque la salud todo lo vale, entonces no hay límite en lo que nos pueden sacar. A no ser que su avaricia tenga límites, pero prefiero no fundar mis esperanzas en eso...
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